LA ALEGRÍA Y EL DUELO
(trad. Josè Luis Reina Palazon, Calima 2002)
ISBN 84-89972-76-1 http://www.calimaediciones.com
A mi hija y a todos los hijos del mundo
"La verdad es que
naciendo o muriendo
no hay en el fondo"
me ha dicho mi hija
llorando,
"ningún respeto
por la dignidad de la vida
en el mundo".
...solo lo que has amado verdaderamente
no te lo arrebatarán
lo que has amado por entero
es tu verdadera herencia E.Pound
El encenderse y
el apagarse
(¿casualmente?) de la vida,
la traza luminosa
la estela que deja
tras de sí
lo que ha sido,
amado y conocido
para ser perdido,
la alegría y el duelo,
todo es tributo
del ciego vaso
entre los brazos de la oscuridad.
La huella aburrida
mas entretanto reflorecida
de cada cosa.
Así reducido y
devastado: él, rechazado
perdido por la calle,
drogado. Perdido, ahora,
también dentro del lecho
envuelto
en la sabana blanca
agotado y rendido allí,
de costado vuelto.
Ahora la mitad y menos
de sí mismo,
reseco dentro de su ropa
envejecido y decrépito
en la flor de sus
años, en la plenitud de una
vida ya marchita.
Inerte ya a todo
y sin asidero entorno todavía
ni siquiera sobre la
luz pálida del
día. Sangre de su
vientre, carne de la carne,
mientras está sentada inclinada
sobre el envoltorio mudo,
le yace junto
atenta para hacerlo objeto
finalmente de la paz.
"Hijo amado, cualquiera
que hayas sido", el gemido
tenido y después dejado
en el silencio
que precede a la ruina.
Nos da caza
a los más jóvenes,
derrumba aquellos
en fuerza, los
hace sus cimbeles
que atormenta y después
elimina, no mira
en cara los méritos
ni la edad, al fondo
arrastra las víctimas queridas
y preferidas, rapiña hondo
y despoja, saquea
con las garras los solos
que le agradan. Los papeles
están ahora invertidos:
los padres entierran
a los hijos, se hacen cargo
de sus vidas perdidas,
los estrechan heridos
entre los brazos, los
velan moribundos, sin
más miedo asisten
impotentes a la agonía y,
llorando, sienten que se
les van destrozados.
Corriendo, todo, a raudales
en su girar rotundo
... entradas salidas
desaparecidas y reaparecidas
traspuestas, las cosas,
vistas y desvanecidas...
Oh, qué oscura y apagada
mañana va creciendo
abatida y
muda al viento
sobre el escenario del mundo.
"Aquello que ocurre
fuera de aquí
no me importa.
Soy distinto ahora
del resto de la gente,
se han separado
mi camino y los otros,
me vuelvo excluido
de la vida y débil
para tomar posesión de ella,
revocado sin recurso.
Me siento disperso
dentro del bullicio
de las personas
en este cesto lleno
de mi habitación
y la razón
es que entre mí
y las cosas alrededor
se ha establecido
en menos que un relámpago
la distancia abismal
y nada vale
para superarla.
¿Qué pasa? ¿Qué hacer?
No dejo de interrogar
mi conciencia
pero ahora no la logro
ayudar,
no atravieso
sus cortinas al fin
de vacío y de sustancia
de lo que ya he sido.
No hay retorno,
tal vez, desde el fin".
El mal, consumiéndolo
pasito a pasito,
lo ha erosionado y
lo ha acortado
llevándolo al estado
dependiente de niñito.
Con su manera
que tenía entonces
vuelve a ver al padre,
distante como era,
de nuevo
omnipotente
y a ese de ahora,
dispuesto a todo
para encauzar
el ataque furioso
que lo asalta,
con una mirada
perdida y transparente
ansioso de consuelo y
de alivio de tormento tanto
lleno de espanto
todavía pide
implorante
ser salvado.
...el movimiento andante
en el estadio lento,
el respirar corto
del viviente
en el punto de pasar
más allá, en el momento
de su estar
por tornarse ausente...
"Me está exilando
por etapas, el mundo,
a pedazos y a mordiscos
por grados desautorizando,
cortando voz y
fuerza de obrar,
separando y excluyendo
del contexto natural.
Ya me ha traicionado
volviéndose
de amante que era,
mi feroz y encarnizado
enemigo personal.
Aquí dentro como en galera
yo solo me quedo consignado
a la custodia artificial
mientras todos
los demás, los amigos,
los doctores, la enfermera,
tienen otra vida fuera,
saliendo del hospital
para ellos el campo
es abierto e ilimitado
por donde cada uno quiera.
Sé que ya no podré
formar parte
para nada de la pandilla,
lo percibo en el coro
de discursos reconfortantes,
en el relámpago intermitente
de quien me mira fijamente inseguro
y - cosa más dura
y más doliente -
en la fisura
de las palabras apagadas
de mi madre".
Rabia y miedo
desesperante desesperado
desconsuelo, a tuerto
o a derecho, tumulto
y furor en rebelión
sorprendida y ya vagante
precipitosamente
ya no a ocultas
ahora para siempre
la ocasión.
De nuevo tan inocuo
y desarmado
como de recién nacido,
necesitado de cuido
y de reposo,
alimentado, atendido
y vigilado en el peligro
de cada instante suyo
y movimiento.
Otra vez, ahora,
me siento presa
todavía del mismo
espanto tenido
a menudo entonces
y no hay cosa
que no vea alarmante
y no me pregunte,
respecto a su estado
presente, si me escucha
si tiene calor o frío
si está dolorido
si por suerte respira
o si está mojado.
Lo veo de nuevo aquí
apenas nacido,
como si fuese ahora.
Era incapaz
de dirigirlo
y torpe también
en manejarlo.
Fuente de ansia, yo,
y de aprensión
de desencadenarlo
de rendirlo vivo,
a él tan apacible.
Poco a poco intruso
y por mí mismo
excluido de la rutina
de papilla y pañales,
perdiendo después
el equilibrio y
terminando por sentirme
disminuido,
quedándome a flote
por sus confines.
"Creía, de pequeño,
no ser
muy deseado.
Venido, sí, a turbar
una mesura para nada
agradable,
tratado con miedo
o soportado.
Me parecía
quedar sin ser oído.
Crecido al caso
en modo extraño:
papá impaciente
lejano en su estar
siempre allí cerca,
mamá nerviosa
y prepotente
al retenerme cosa suya
sobre la palma de la mano,
pensando en todo
patrona de mis sueños
queriendo proveer
con su solo cuidado
mis deseos y
mis necesidades".
Arrancar a quien amas
de corazón de la carne
en la que se anida
es como desarraigar
la encina de la tierra:
ahonda en los estratos
recónditos sus ramas,
los oscuros capilares
que bajan a buscar
sustento y alimento.
Pero nunca ningún choque
aunque sea muy violento
logra extirpar,
de dentro, el fundamento.
La fuerza que se lanza
y que la aferra
mueve la base y
la desequilibra de su centro,
destroza y desgarra
partes enteras, desgaja
muchos de sus brazos
dejados allí suspensos
en la cascada
de las barbas negras
y lleva arriba
con su parte sucias,
con la materia
podrida y purulenta,
con la putrefacción la pureza,
un bien penetrado
en lo ínfimo de lo más hondo
abrazado a los vacíos
más remotos,
donde queda
contra cada hurto y error
la vida arraigada.
"No hay nada más
que hacer para mí,
no obstante los esfuerzos
y las confirmaciones repetidas.
Y quien me va asistiendo
noche y día
es ya distante,
calado en el presente.
No he encontrado
efecto de las curas,
ni siquiera habrá
en lo inmediato
o posteriormente.
Siento las atenciones mudas,
la alegría triste
de la enfermera
y las pruebas de afecto
de todos los míos alrededor,
los ojos rojos de llanto,
como vueltos, callados,
para tenerme escondidas
sus previsiones
y el estado desesperado
de mi salud,
inútilmente
porque de todas formas
me he dado cuenta
de toda la gravedad.
Estamos perdiendo
recíprocas ocasiones
para el poco tiempo que me queda
y antes de que esté impedido
quiero retornar a casa
para estar en mi lecho,
en los sitios que me son
familiares.
Para transformar
de dolor en consuelo
e incluso en fiesta
a esta gente
que miente por amor".
Puerto seguro y
perno del día
que gira rapaz
rotos los bordes
en la zambullida en el pozo
en medio de la honda
en el fondo que deslumbra
en tanto que amortigua
que yace y que vuela
rebelde y rendido
descendido y alzado
al averno a las estrellas
vacila descarrila
frialdad y bochorno
con el peso perdido
que oprime y brinca
se plega y vuelca
cabalga se esfuerza
sobre el corazón riada
de una noche de paz
al borde concluso
el espacio que rige
recluso conducido
de abajo de arriba.
Que lo proteja
que lo recubra...
Es la otra cara
en la sombra
de la vida, la parte
preeminente e ignorada
en contraste aparente
con la ley, polo
e imán que al suelo
atrae los cuerpos,
los tiene entre los brazos
los rige los sostiene
base y pedestal
para lo que se ha depuesto
dejado y, sí, reducido
al puro estado...
que informa, sin embargo,
y mueve el mundo
habiendo impuesto
la pausa del cammín
parada al movimiento
para un mayor lanzamiento:
peana y trampolín.
La flor de la vida
se reseca mucho antes
de madurar
y derrama desde la poca altura
su cruda serie de espinas lacerantes.
Está demasiado cansado
para mirar hacia delante
- lo deslumbra un mínimo
vislumbre- y continuar
allí al fondo del lecho
luchando por su futuro
en defensa ahora de una
enemiga. La batalla está
perdida, sin lamento.
Vuelto sobre el lado
contra la pared
fatiga incluso
respirar. Encima
del nudo que le pesa
dentro del pecho,
cualquiera sea el pliegue
que alisa, siente
surgir solo el deseo
en fin de quedarse
entregado a la merced
del río oscuro que,
ahogado, se lo lleva.
¿Por qué razón
no me he
esforzado antes
en comprender?
Es culpa mía.
Los ríos de palabras
para ti que me pedías,
que pretendías
apoyo y simpatía
de mí, obras vivas.
Te he dado predicas
por comprensión:
sentencias, directivas
y admoniciones.
Te he traicionado
en las aspiraciones,
resignado a pesar mío
a la avidez del mundo
y sus costumbres.
Te he dejado solo.
Peor, rechazado
y atropellado.
Disperso por inercia
yo, caído
en las contingencias,
convencido de hacerte astuto.
No te has perdido,
no, soy yo
quien te he perdido.
"Qué duro el descubrimiento
que has desilusionado
sus aspiraciones
y no eres en absoluto
como habían esperado,
que no asemejas
ni siquiera de lejos
a la idea segura
que tenían de ti.
Y qué dolor
causarles dolor
sin más por amor
sin engañarlos
y revelarles
de lleno el estado ya
negado en vano,
la verdad de monstruo
sabiendo que vas a despedazarles
dentro de la carne
pero no pudiendo propiamente
hacer menos
y desesperarles".
Es la realidad incoherente,
el vacío y el pleno
de la vida, su
andadura intermitente,
la medida finita
y balbuciente
de nuestro pies
tropezando
deslizándose sobre nada
el lado y dato
humano de la historia.
"Cuando sucede,
nada más te asegura
ni siquiera un poco
y no hay medio
de llegar afuera,
se rompe el hilo
del honor, no tienes
más fe en ti, ni en
tus dotes:
terminas a la deriva.
Así me ha sucedido
que he ido al fondo
porque sobre la bravura
se ha impuesto
la remisión,
sobre la propia estima
mi desprecio y
sobre el orgullo de antes
la vergüenza, sí.
El miedo del mundo
me ha vaciado
de la voluntad.
Hasta que no lo he encontrado
y he sentido, viva,
la necesidad
de tener e intercambiar
también yo el afecto.
Y justamente mientras
me parecía ya terminada,
ahogado en mi vano estado
doliente, de golpe
he encontrado
con la fuerza
un imprevisto sentido
en la vida".
Me he espantado
al contacto
con su dolor,
temiendo no ser
capaz en absoluto
de soportar la confrontación
con él deshecho y apagado
en juventud,
y añadiendo la angustia
a mi violento estado
de espanto. Pero,
superado después el terror
después del primer impacto,
me he encontrado
dispuesto a la eventualidad
aunque sea en el tormento
y sin solución.
Yo, amante amado,
viendo en mí
reconocida
-favor más cruel-
la cruel hiel de
la supervivencia,
me siento sin pretexto
engañado frente
a la sentencia,
descontento y defraudado
al resultar
contra toda previsión
preservado e intacto.
Lo tomaré,
ahora, como hijo:
será para mí
como eres tú,
lo querré bien
-te lo prometo-
incluso más,
si no te parece
una blasfemia
en tu nombre
y en tu recuerdo,
para no ser injusto
a tu querer
y a tu sentir
y no por esto solo,
no solo por dolor
y por remordimiento
sino propiamente por amor.
Ha sido, esto,
mi mayor error.
¿Por qué he esperado
verlo ahora
doblegado ante su presencia
para decirle fuerte
que cuenta solo
aquello que ha probado
y dado intensamente
no importa a quien haya amado?
Es lo que lo ha salvado
y hecho vivo
primero de ser
golpeado y desgastado.
"No es por un consejo
o una explicación
que te seguía
ávido a tu estudio,
ni me importaba
demasiado la opinión.
Por un abrazo,
iba allí a buscar
la aprobación.
Escondía reteniendo
la lava incandescente
que me montaba
dentro, simulando
que no pasaba nada
gritaba sin decirlo:
"Papá, he aquí a tu hijo".
Cuánto tiempo perdido
sin decir jamás
aquello que cuenta,
falto de atención
el uno por el otro
distraídos en tanto
con la cosa irrelevante
en un actuar vano
con todo
poco importante.
Pensando tal vez
tener quién sabe
qué largueza
en una eterna dilación,
malgastando en cambio
parte de la vida
en fútiles crímenes,
soñando llegadas y
repetidos contactos
y, finalmente,
la ocasión.
Callándose entretanto
el bien probado,
que, por quién sabe
qué razón,
a la cabeza o al corazón
cada vez ha faltado.
En la inconsciencia
de la brevedad y por eso
de la libertad sepultada.
El origen secreto
de repente prendido
y hecho evidente,
la fuente, la fisura...
de un proyectarse
a lo mejor, a lo positivo.
En lo que, siendo,
creído para durar
deviene después estado
inamovible, cesado.
Pero, entretanto, es
geiser, surtidor
boracífero, espumoso.
El sueño meridiano
la alegría poseída
y aún andante
la euforia...
un toque arcano
que lo hace todo
poco a poco siempre
menos llano y
más excitante:
desenfrenado frenesí.
"Si me curo yo,
y vuelvo a caminar,
si me pongo derecho
si puedo salir
por mi cuenta
y andar nuevamente
como me plazca
donde me parezca...
Me bastaría
el trayecto breve
hasta el quiosco,
también con la nieve
y el riesgo de caer,
y qué luciente idea
sería la aventura
de un viaje completo
más lejano,
una odisea de un día
a la caza de imprevistas
paradas y encuentros
descubrimientos y desviaciones.
Me pararía a beber,
solo por el gusto
y por el olor,
una taza de café y
me quedaría en el interior
para husmear
el humo del cigarro.
Entraría a hablar
con el verdulero,
mirando el color
en sus cajas
de cada fruto y hortaliza
llenándome la mano
de las formas perfectas.
Perdería el tiempo
a lo largo de la calle
sobre la huella descubierta
por mi gato,
gozando el aire
frío y puro
y saboreando
por largo trecho aún
el sabor de la niebla.
Si me curo...yo
atravieso de nuevo
lo ya hecho y visto,
lo inconmensurable
que he conocido".
Pero ahora todo está
perdido, terminado y
deslizado por la pendiente
del tiempo consumido,
desvanecido y diluido
en la falla
sin retorno
detrás del adiós.
A fuerza de subir
por cuántos meses y años
las escaleras de la vida,
se va aprendiendo
con la experiencia
el rito de la aflicción
y el arte de morir
sin engaños:
cultivando los últimos
instantes, en la cabecera,
celebrando el acto
final de la salida y
buscando restituir
con el argumento
de la inteligencia
sin orgullo
dignidad a la insuficiencia
de los órganos, al daño
de la función cerebral
y a la destrucción
progresiva
de cada centro vital.
Es un momento de encuentro
y de saludo:
su consolación
en el espanto
y la consolación
del lamento de cuantos
le han querido bien,
en el momento en que
se están separando
yendo cada uno
en la propia dirección.
En suspenso, unos, juntos
y él desde allí atento
en la oscuridad que deslumbra
más allá del pasaje ahora
de cada previsión
dentro del reverso
de su medalla.
"Os he saludado,
a todos, sin hablaros.
Os he dado las gracias.
Habéis sido
la fuerza y la razón
en mis afanes,
a pesar del mal
que os he hecho
en mi error repetido.
He aprendido a amaros,
lo sabéis,
y os tengo cariño todavía:
os llevo en la mente
y dentro del corazón.
Pero me voy de prisa
desprendiéndome del mundo,
estoy a punto de dejaros
y sólo miro hacia adelante.
No veo más
ni siquiera el presente,
me siento elevado y
flotando, en vuelo,
no feliz propiamente
pero ni siquiera sufriente,
atraído ahora por el salto
en el que precipitado
he y estoy
caido."
No es acongojante, no,
como ha temido:
yace derrumbado
dentro de él y
abandonándose desciende
en el embudo. No
se opone más:
alguna cosa lo conduce
finalmente a la paz.
Dique barrera vertiente
-isla y puente- túnel
galería pasaje
desde donde filtrar allá
todo el resto
del mundo.
Invisible curiosa
costura
que pesca del fondo
ceba al ansia
y asegura integridad.
El doble juego:
Entrada salida
miedo y confidencia
la pausa y el movimiento.
La verdad que se abre
y se cierra sobre lo desconocido.
Te veo ahora
sólo de espaldas
como desde lo alto
de una cima descender
cada vez más,
avanzar por la estrecha
calle en el fondo del pasaje
por donde desaparecerás.
No te vayas,
estate aquí, espera.
Ya estás en contacto
con alguna otra cosa
de la que no logro en
absoluto participar.
No me podrás
ver solidario.
¿Quién te mete prisa?
¿Qué razones tienes? Quédate,
te lo ruego, porque
sé que no lo sabes
pero soy yo
quien soporta el hurto.
Aire de cada respiro
mío, sangre
de mi carne.
¿Sin ti qué haré
de mi vida?
Qué oscuras previsiones,
qué débil realidad
se me presenta,
qué inicio desgarrador.
Pero tu mirada
está en otra parte:
dónde, no aparece
sin embargo aquí alrededor.
Miras fijo otro mundo
a un paso apenas
y sin embargo tan remoto,
distante, sideral.
Espejo lábil
pantalla de miedo
sobre la que campea
el vacío.
Imprime a la flecha
el movimiento y
desliza al lado
la mano temerosa.
Y el mundo cae
en la red, sacado
de la niebla, por ventura
prendido y regresado
en los trazos del yeso
que incide araña
roza rechina
monstruo de escritura.
Así, desde la oscuridad firme
la losa polvorosa
fija arriba desde el fondo
el borde de la cosa.
Moviendo en torno
a su desvarío
apenas he tenido
el tiempo para replicarle
qué significado
ha tenido para mí
la vida que ha vivido
y el demasiado presto vuelo
que ha cumplido
sobre el espinazo del mundo.
Ha sido el modo
para compartir la suerte
hasta el fondo,
restituyendo dignidad
a la muerte e impidiendo
que se quedase solo.
Siempre que se pueda
aún continuar
a estar presentes
sentado allí al lado
de quien callando
cierra su camino
y hablar verdaderamente
a quien por puertas internas
parece pasar más allá
en otro sendero
dentro de su destino.
Oh Dios escondido
pero tal vez no lejano
codiciado y perseguido
sin ser desanidado
o Dios secreto
del corazón y de la mente
que todo ve y siente
descifra y recompone,
oh Dios soñado
durmiendo el gran sueño
de los injustos,
cualquiera que sea
tu estado,
cualquier puesto
del universo
te contenga sumergido
e infinito, perno
fijo eternamente dentro
de su circuito, tú,
escándalo del mundo,
alarga tu mano
y rígelo en su precipitarse,
llévalo más allá
del foso gris
de nuestro desamor
y hazlo planear
en tu alegre colmena
del fondo del abismo
en la flor de tu flor.
¿Qué habrá, después?
¿Qué sucederá?
En un estado de inconsciencia
permanente...
o bien, un vacío...
o, peor, la nada...
Quién sabe qué otro
modo de sentir
nos consiente tal vez la experiencia
de una vida reanimada
por el morir.
La fuerza que se hincha
prieta y prorrogada
todavía por quién sabe
cuánta extensión,
la furia sin contraste
y prepotente mientras
sale bufa y enviste
con su violencia
y muerde cada una
de las partes golpeadas,
la potencia intacta
que lo empuja a salir
fuera de sí mismo
extendido y desequilibrado
dentro de la hendidura
de su herida
abierta y tumefacta
nunca más cicatrizada.
Crecida que lleva
que pliega, desciende
de orilla a orilla
que cae que salta.
Onda que prende
que se derrumba e inunda
que vierte que disuelve
que expande que
disipa envuelve
junta. Hasta que
quiebre y yazca
oculta la presencia
cancelada. Y bajo
el choque de la avalancha
roturada resulta desarraigada
de su falda.
El cuerpo es plano
sin tono
constreñido a un folio
de papel de seda que
se vuelve corto y vacío
no sostenido ya
por el aliento,
el pálpito se ha disuelto
y suelto el hálito
es despojo, desvanecida
su esencia, el aire
ha salido del envoltorio
en abandono
y ya a la merced de la nada
y de la inexistencia.
Ido quién sabe dónde,
extraído, ha expirado
y se le ha volado
la luz de la mirada,
se ha vuelto opaco
y gris en el instante,
con los ojos hinchados
sin las pupilas.
Ya no alienta
la vida,
después de la tormenta.
Que sienta o no
todavía... Se vuelve
otro estado
después que se ha deslizado
de la violenta fase
del dolor
a las tranquilas sombras
de una apariencia
débil y ya desvanecida
antes de su
salida.
¿Qué queda?
Si no la privación,
la condición deficiente
de soportar entretanto
junto con los sentimientos
de culpa
por cuanto podríamos
y no hemos hecho.
Ha muerto allí contigo
gran parte de nosotros mismos,
porque sin saberlo
éramos los cómplices
de casi cada uno de tus actos,
porque era vida nuestra
tu vida.
Oh hijo amado
y, en el amarte,
finalmente conocido
lleno de tormentos
y de virtudes secretas.
Qué triste herencia,
qué amargo sentimiento
nos ha tocado
encontrar, ignorantes.
Y de Tizones Ardientes
como nos habías bautizado
henos aquí reducidos
-si nos vieses-
a colillas apagadas,
en espera tal vez
-y lo esperamos-
de reprender el fuego,
un poco al menos
a pesar del duelo
por la alegría, más,
que todavía habrías tenido
tú, que por la fiesta
que nos habrías dado.
La paz después de la furia
desencadenada. Yace
volcado sobre su
desventura, prendido
a la vida, el apestado.
Ajusticiado por la ley
espuria. Sin escapatoria
bajo tortura
caído y desollado.
No es en absoluto
la plaga bíblica.
No es la punición
por los males del mundo
no es un castigo
sino un delito atroz
una ofensa a las personas
de naturaleza indiferente
y para llevar la cruz
en los años cardinales
de su vida
está la hilera espesa
y no malvada
de los jóvenes
terminados a la deriva
bajo la capa negra
por una culpa vaga
de arrojo y desilusión
fruto de la edad
y por la confusión
de papeles y de objetivos.
Quedando privados
del todo de defensa
y no pudiendo oponer
resistencia a la agresión
ya a la merced de la enfermedad
del hipócrita enemigo
que, feroz embrollo,
se disfraza y desahucia
como en otra partida,
huyendo cuanto puede
a quien le da caza
e, incólume así
cobarde, mientras hace su redada
sin piedad saquea
a escondidas!
Estado biforme
de la naturaleza,
su duplicidad
de escudo y de enemigo
es fuente de remedios
y de peligros mortales
y tanto nos concede
por cuanto pide
a cambio. Nada
nos regala que
ya no nos haya quitado.
Arte de la ambigüedad
cabeza de puente,
nos guía de retorno
del pasado remoto
a la edad futura.
A sus descansos
opone el movimiento,
el lleno al vacío
el positivo
encuentro al negativo
y cada acción después
una reacción,
iguales y opuestas.
Espolea en nosotros respuestas
para darnos salida
en aquel ambiente
que ha creado entorno:
nos mete dentro el riesgo,
desafía mucho
nuestra inmunidad.
Nos pierde en parte
para salvarnos en el todo.
Su vida
no está ya
en el cuerpo,
alguien se la
ha extraído.
Está más allá ahora
más arriba en el aire
levita ligera
Se aleja
intacta
de la envoltura donde estaba
prisionera.
Para quedarse, después,
por pocas horas aún
es este involucro de nosotros,
contraído y entumecido
desnudado de lo profundo
blanco sucio
del color lívido
de la cera.
El espíritu vital
que impregna
el fondo de los tejidos
haciéndolos pulsar y
dándoles unánime vigor,
se ha salido se ha
ido desvaneciendo
a navegar qué mares?
El alma huyendo
lo ha arrastrado fuera
antes del asalto
que propagándose dentro
todo ha desgarrado.
Vergüenza y deshonor
de una naturaleza que,
negligente, se desfigura
hasta dejarnos
irreconocibles a nuestros
seres queridos.
Pero qué dignidad
o incluso significado
puede haber
en una acción
tan devastadora...
El maligno predador
avanzado desde el interior
cinturón y después peñasco
con sus torcidos
vástagos agarrado
con sus garfios
de tentáculos entrado
en la oscura hondura
sanguijuela de los tejidos
ingenio y parásito
sin rumor en tanto
ha devorado la vida
del corazón hasta
los últimos confines
destruyendo
mordiendo ávidamente
adulterando
enganchando el infierno
al interior.
Uña feroz
cuchilla fiel
que excava salvaje
retuerce y enreda
abrasa y hiela
crece y consume
entre sus brazos
la suerte cruel.
Me doy cuenta
ha sufrido pero
a pesar de todo
estoy contento, ahora,
que se haya sustraído
finalmente al mal
socarrón e impetuoso
degradante
que ha devastado
el cuerpo y su mente,
obscurecido por el dolor
abrasado por la llama
que día tras día
lo ha corroído y extinguido
en sus estratos sanos
de la juventud.
Pero no lo he
aceptado, el drama,
al haberlo conocido.
No ha sido consuelo
a mi incertidumbre
que la única salvación
sea, a veces,
la muerte
para el que ama.
Se ha ido
abatido por el mal
maldito, depredado
y hecho objeto
del daño y del ultraje,
en medio de cuantos
lo hayan sostenido
amigos y testimonios
de lo dado y de lo tenido
garantes del pasado
y del respeto que
una muerte también sucia
ofrece a los últimos
sobresaltos y crudos espasmos.
Huérfanos más aquellos, los vivos,
de lo que él habría
podido ser
y está ahora perdido
y, al mismo tiempo, herederos adultos
del vasto capital
de su afecto.
Y, después, tal vez
el alma es inmortal:
tome el camino
que tome, indemne
alcanza a salvar
el infinito sufrimiento
que ha padecido
y a no quedarse
inerte y allí aturdida
por la confusa infame
faena terminal.
A do quiera que vaya
que baje o suba,
como quiera que sea no se pierde
con su precipitarse
dentro del delirio
presa de la inconsciencia.
... el lento descenso
en espiral
hacia el olvido
la luz que amaina
y se empaña
junto con el respiro
el cerebro
que muere
engulléndose el yo...
Aparte del desafío final
y la batalla perdida
en el continuado intento
de resistencia
al ultraje presunto,
bajo la férrea guía
del instinto
de sobrevivencia
ya está iniciado y avanza lento
el viaje de retorno
de la cima de la vida
a su punto inicial: el estado indefinido
-¿de olvido
o tal vez de inexistencia?-
de antes de
que fuera concebido.
No se sabe cómo
y cuándo. Pero
puede darse que
cesando
no se deje
de ser, entretanto,
y que una nueva
forma de percepción
sea la condición
que nos espera.
Muere el cuerpo
pero no muere,
tal vez, la conciencia.
Crece y se potencia
propiamente mientras
su contenedor
continúa por la vía
de una progresiva
decadencia
y, en el acto de la separación
ni siquiera se para ya
frente al muro
de la ausencia.
No cesa de hecho
la espera del futuro.
Oh la moderna muerte
ocultada depurada
de la descomposición
entregada externa finita
sellada en el hospital
esterilizada aparente
sin hedor ni rumor
por terror cancelada
de los discursos expulsada
exilada suspendida
camuflada quitada de en medio
por interés de la casa,
privada de valor
y sin embargo allí presente
más allá de su pretendida
desmentida:
dique y corte
irreducible demarcación
a lo que no se plega
y opone su potente
deflagración interna.
Como callar y de paso
fingir que no se
ve la herida,
temer sólo
que se termine...
dejados ir
y condenados
a la deriva.
Remitido y vencido
el miedo fuerte
de la sepultura,
el espectro de la fosa
donde el yo no viva,
mirar a la cara
y no considerar ya
una amenaza
o una vergüenza
la cuchilla
que corta el hilo.
Para reconciliarse
con los ciclos inmutables
y readaptarse
a la propia suerte.
Porque el luto
llama la vida,
no otra muerte.
Que todo caiga
muerto
para ser resuelto,
que venga consumado
para ser renacido.
Es el triunfo
de la vida perpetuada
mientras se ha sepultado.
Como nos ha sido
preparado el camino,
nosotros preparamos
a nuestra vez
y morimos
para que otros vivan
para nuestro daño
y gloria.
Cada generación
es sustituida
por la sucesiva:
historia continuada
de otra historia,
serie jamás terminada.
Pero la continuación
sin embargo puede terminar
en parte disminuida
y después impedida
sea como sea demolida
si los jóvenes mueren
y no hay más recambio
a ellos en lo que sigue.
La rotación cede,
derrotada, a su
ley enloquecida.
Se puede trucar
pero no tanto la partida
extender y prolongar
con todo medio
los umbrales naturales
de la vida.
Es una jactancia
que cuesta el precio
de la herida
no más cicatrizada
y de la vena seca
siliconada.
Se apaga la llamita
inevitablemente,
se incrusta el aparato
enervado lentamente
consumido y herrumbroso.
Pero la novela
de los dioses inmortales
es una invitación
y no tiene fin
el sueño de regenerar
la linfa aridecida,
de restaurar el gasto
irreparable
con el remedio
en tanto del bisturí
y de la vitamina.
Viejos luminosos
espejos de una fuerza
extrema de despegue
presentes sin embargo
ya lejanos de la vida
de pie sobre el abismo
sin apoyos
testimonios del tiempo
y de una promesa suya
eterna e infinita
sin miedo abiertos
generosos de sí
hasta el derroche
sangre y respiro
voz del mundo
dulce compañía
para los pocos hijos
de sus mismos hijos
puestos en su camino.
Viejos codiciosos
sedientos de poder
atentos a mover
los hilos de la intriga
sordos a las razones
de la sucesión
agarrados con las garras
a sus posiciones
conquistadas a qué precio
adulteradas y hechas
posesión personal
mantenida después
con cualquier medio.
Espejos a sí mismos
hostiles o indiferentes
a las esperas y a los suspiros
avaros de consejos
contentos y convencidos
de no haber pasado
llevados a considerarse
eternos e inigualables
irreemplazables
y empujados a obstaculizar
el recambio natural
y a negar
por pura presunción
la presencia y los derechos
la cualidad de los jóvenes
hijos y no hijos
puestos en suspensión
cortadas sus alas y rechazados
abandonados.
Sin la muerte, no,
no habría
ni suerte ni destino.
La vida no correría
ya hasta
el umbral definitivo,
privada de todo sentido
y condenada
a vivir su ruta,
no obstante al paso
largo de lo inmenso,
en la indiferencia
más absoluta.
Si sé que moriré
y que conmigo
podrá quemarse
el enorme montón
de mi conciencia,
ahora el acto
estará de hecho
condicionado pero
también iluminado
por la evidencia
de la unicidad liberadora
de cada instante
que pasa y se va.
Es el aguijón
que acosa e incita
sin dejar tregua,
el estímulo del luto.**
Es el obstáculo
contra lo que se intenta
todo, para prorrogar
lo inquietante
de lo improvisamente
inanimado, el miedo,
el estado más alarmante
de la cancelación,
para diferir más allá
de la angustia retornante
del ser aniquilado
para engañar el tiempo
que avanza en el pasado y
atranca, aprieta fuerte
las puertas de la suerte
futura.
Sin la muerte
no habría nada
ni sociedad ni historia
ni porvenir
y ni siquiera esperanza.
Es la condición
necesaria
para la supervivencia
de la especie.
Aunque si no
convence de hecho
la explicación,
no es satisfaciente
por las esperas humanas
respecto al acto
de voluntad de cada uno
de resultar él en la realidad
siempre y sea como sea
aquel que queda.
El yo alerta
frente a sí
obstáculo inhibido
y sobre la huella
del hecho despistado
Pero agujero de la llave,
fisura abierta
hacia lo impensado:
que yazga dentro
del fondo plano
la profundidad y en lo
finito esté lo ilimitado,
continuamente muerto
sin embargo ya renacido.
La imagen diversa
de lo imaginado.
Y, en el juego de
diferencia e identidad,
desvelado lo poco
de verdad, en el descubrimiento
que el mundo conocido**
no es de hecho
la única realidad.
Detrás de una pantalla
o un vidrio opaco
de grano apenas
lechoso
se percibía
la sombra que derrumba
el perfil nunca entero
sin contorno
un poco nada más
antes de que cayera
bajo especie vana.
Por todo aquello
que no veo,
yo creo,
que algo quedará
de nosotros. La parte
más sutil
y más ligera
volará
y encontrará el camino
por el que pasar después
al jardín
en el revés del mundo.
Y allí en el fondo ciego
donde la vida
termina a nuestros ojos
pronunciada por la muerte,
fluye un gran
río de energía
que se ensancha y que revuelve
más allá de las puertas
lo eterno en el presente.
Allí arriba llegada
hasta la altura
aguda de lo supremo
en el esplendor
consciente de la luz
estará sumergida
en el mar de la dulzura
y descubrirá de golpe
su paz absoluta.
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